domingo, 6 de febrero de 2011

" La Petite Mort "

Un reflejo en espejo, no el mío sino el de uno de mis tantos “yo”.
Veo una persona oscura, traviesa, pilla, bulliciosa, inquieta, pícara.
Tras semejante impresión, sonrío con un gesto sagaz; mis ojos devienen fervientes y , con analógica metamorfosis, mi mirada maliciosa.
Me siento viva, llena de fuerza, tanto que un calor interior parece despertarse- una extraordinaria agresión de mi ser- como una descarga de adrenalina que hubiera abandonado los tejidos que suele recorrer para nacer en mi figura. Si… me siento magma en plena ebullición.
Presiento la excitante sensación de que se está librando una guerra telúrica en mi interior.

De repente, y sin mero pronóstico, apareces en mi mente cual paseante endiablado.

Pero al contrario de lo que hubiese esperado, no parece importarme. De forma antagónica y contra toda predicción parece ser Asmodeus quien ase mi lugar.
Mi sonrisa pasa a ser intensa, mi mirada penetrante.
En mi mente… Sólo un deseo, fragmentar tus reglas, poseerte, romper los moldes, perturbar tus sentidos, quebrar tus percepciones cual buen marmolista, presintiendo la muesca de tu deseo, ya presente pero a la espera de que alguien la revele, cediendo bajo mi asalto, y con milimétrica precisión adivinar como se dibujará la pasión que hay en ti. Siendo esto la señal de mi virtuosismo instintivo separandome de lo que una mujer corriente conoce por experiencia y reflexión para aproximarme a lo que conoce por instinto.
Mis manos ardientes se transforman en crisoles de memoria ilusoria que quiere convertir la arena en oro y el tiempo en eternidad.
Una eternidad, en la cual los gritos empañen la noche, en que las caricias acompañen el amanecer, en que las miradas se empapen de rocío.
Transformar la habitación en un abismo de misterio, y llenarla de un bullicioso jaleo y a su vez de un goce mudo.

Ver brotar, florecer tu piel. Estremecerme de placer, eclipsarme con tu figura, transformarte en nácar con cada uno de mis gestos, ser testigo del prodigio…

Susurrarte mil y una palabras, provenientes de lo que soy ahora, el prototipo de une femme fatale.
Palabras desbordantes de voluptuosidad, pasión, desenfreno, vehemencia… Palabras que devendrán receptáculos y las cuales gemido a gemido recogerán una realidad aislada metamorfoseándola en un momento de antología, magas que cambiarán la faz de la realidad embelleciéndola con el derecho de ser memorable.
Vivir, por un momento, en un mundo de armonías de otro tiempo y guardarlas cual si fuesen reliquias sagradas, transformarte en monarca de un reino sin artificios…

Haré que tu aroma nimbe por la habitación, cual alma en pena, para que mi nariz aprenda, allí, la elegancia de los perfumes y se embriague con ellos.

Sí, seremos dos calores conexos, dos atracciones cómplices: invadiremos nuestra percepción; dibujaremos todo un mundo de placeres.
Sólo pensarlo trémulo de excitación, muero de deseo… Si mi amor haré de ti perla, de mi espíritu, liberada de los sentimientos de mi vida…

De repente parezco despertar, renacer cual Fénix de mis cenizas tras efervescente transformación .

Me analizo de nuevo y me asusto de mi misma, de ese yo voluptuosamente diabólico, de esa fiera de ojos penetrantes.
Con decisión y precisión me doy la vuelta y con paso impetuoso me alejo de esa verdad impuesta y sellada por ese marco de cristal, por ese cuadro que por un instante ha reflejado las llamas del mismísimo infierno, coronando a Lucifer como emperador de mi reflejo y dejando como himno los gritos ahogados de un placer indeliberado y bestial.

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